La importancia de llamarse humedal

El flamenco (Phoenicopteriformes sp) es un ave típica de los humedales.

El flamenco (Phoenicopteriformes sp) es un ave típica de los humedales.

A menudo, el funcionamiento de la ecosfera se nos presenta como una trama de gradientes al que el hombre busca límites o acotaciones sin más pretensión que desmenuzar la realidad con el objetivo de hacer más factible su conocimiento y gestión. Así, por medio de estas “unidades operativas”, el hombre intenta desarrollar un vehículo de comunicación y trabajo universal con visos a cumplir los objetivos anteriores. De esta forma, desde el punto de vista del gradiente existente entre ecosistemas acuáticos y terrestres, se reconocen claramente las entidades situadas en sus extremos: por un lado encontraríamos a los océanos o ríos mientras que en el otro extremo encontraríamos los ecosistemas típicamente terrestres. Hasta aquí no debe existir controversia, el problema surge cuando se intenta buscar una definición o unos límites precisos al segmento de este gradiente ecológico que se encuentra alejado de estos dos extremos anteriormente citados, siendo esto lo que ocurre con los humedales.

Los humedales son una zona de frontera o ecotono que muestran la particularidad de ser altamente heterogéneos y sobre todo muy dinámicos, encontrándonos de lleno en el campo de los ecosistemas fluctuantes. Por esta razón, desarrollar un concepto de humedal resulta una tarea tan compleja. La mayoría de definiciones denominadas “formales” intentan describir los elementos básicos de los humedales atendiendo al procedimiento de desmenuzar la realidad en unidades operacionales, pero este trabajo es tedioso y aunque puede resultar atractivo al público que desconoce la materia, puesto que entiende los humedales como entidades fisionómicas que albergan componentes emblemáticos para la conservación, (especialmente organismos acuáticos y comunidades de aves) lo hace en base a criterios tan poco sólidos como los componentes visuales básicos en lugar de por los procesos funcionales (ciclos de materia y flujos de energía entre otros muchos), menos evidentes por permanecer ocultos, pero que son los que condicionan en mayor o menor medida este particular paisaje.

De todas las definiciones formales que existen, la más conocida y la única con cierta proyección internacional es la elaborada por el Convenio Ramsar quien considera como humedal “las extensiones de marismas, pantanos, turberas o superficies cubiertas de agua, sean éstas de régimen natural o artificial, permanentes o temporales, estancadas o corrientes, dulces, salobres o saladas, incluidas las extensiones de agua marina cuya profundidad en marea baja no exceda los seis metros”.

Flores del género Ranunculus.

Flores del género Ranunculus.

Imagino que a estas alturas del discurso, el lector se estará preguntando cuál es el motivo que me lleva a escribir sobre los humedales, también conocidos como “charcas” de manera más general. Pues bien, no es otro que las numerosas modificaciones que han experimentado éstos durante el siglo XX, quienes como consecuencia de las actividades humanas (que se han venido intensificando desde el primer tercio del siglo pasado a la actualidad) han derivado en la aparición en nuestro territorio de señales alarmantes e inquietantes que nos están poniendo sobre aviso de la magnitud e intensidad de las alteraciones que sufren nuestros humedales y las consecuencias que lleva aparejada su deterioro o pérdida. De esta manera, los limnólogos y ecólogos acuáticos llevan apreciando fundamentalmente dos tipos de señales, por un lado un aumento de la eutrofia en la masa de agua (condición de una masa de agua que se encuentra en la etapa de máxima capacidad productiva; es decir, con exceso de nutrientes, especialmente fósforo y nitrógeno), y derivada de la anterior, el recambio de las especies vegetales acuáticas autóctonas de estos humedales por otras exóticas y de marcado carácter invasor, que acaban desplazando y llevando a la desaparición de las primeras. La segunda, hace referencia al deterioro o pérdida de estas peculiares masas de agua por desecación de zonas pantanosas con fines agrícolas, lo que nos lleva a la siguiente reflexión: “¿En qué nos beneficia o perjudica la pérdida y deterioro tanto del humedal como de la calidad de sus aguas?”. Intentaré enumerar brevemente algunas de las razones por las que debemos cuidar y respetar estos ecosistemas, a menudo olvidados por la ciudadanía y a los que los propios científicos le prestan poca atención con respecto a otros ecosistemas.

1. Control de inundaciones: actúan como esponjas almacenando y liberando lentamente el agua de lluvia. Además, muchos humedales contribuyen a recargar acuíferos, quienes almacenan el 97% de las aguas dulces no congeladas del planeta y aportan agua a casi un tercio de la población mundial.

2. Protección contra tormentas, tsunamis y otros fenómenos climáticos: las marismas salobres, los manglares y otros humedales arbolados sirven de primera línea de defensa frente a estos fenómenos meteorológicos de descomunales magnitudes, reduciendo la acción del viento, así como de las olas y corrientes.

3. Sumideros de carbono: La degradación de humedales liberaría grandes cantidades de dióxido de carbono (responsable del efecto de calentamiento global) y otros gases de efecto invernadero como metano que contribuyen al aumento de la temperatura mundial.

4. Depuración de aguas: Las plantas y suelos que conforman los humedales eliminan altas concentraciones de nitrógeno y fósforo y, en algunos casos, productos químicos tóxicos, asociados comúnmente a la escorrentía agrícola.

5. Reservorio de biodiversidad: los humedales sirven de sustento y descansadores para innumerables especies silvestres dependientes de estas zonas húmedas. Así, más del 40% de las especies del mundo y el 12% de todas las especies animales se hallan en los humedales de agua dulce.

6. Turismo-Educación Ambiental-Investigación: Son lugares idóneos para involucrar al público en general y a los escolares más en particular en experiencias prácticas de aprendizaje de manera recreativa y lúdica, elevándose la conciencia respecto a las cuestiones socio-ambientales de estos peculiares ecosistemas. Asimismo deben ser lugares potenciados con finalidad científica.

7. Por su valor cultural y patrimonial: Con frecuencia los humedales revisten importancia histórica, arqueológica u otros motivos culturales en el plano tanto local como nacional. Además de esto, debemos pretender conservar un pedazo de nuestro patrimonio ecológico que nos ha sido prestado para nuestro disfrute.

Espero este breve acercamiento a los humedales y al fundamental papel que juegan como ecosistema les haya sido agradable y tras ello, todos le hagamos una respetuosa visita el próximo día 2 de Febrero, Día Mundial de los Humedales, para darle las gracias por realizar su tarea de manera tan efectiva y paciente.

Me despido de vosotros, no sin antes dejarles con una cita de Rabindranath Tagore que ilustra nuestra relación con los humedales (y no sólo con ellos) en los últimos 100 años: “La tierra es insultada y ofrece sus flores como respuesta”. Cuiden sus humedales, puede que mañana necesiten de ellos.

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